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Sandra Lorenzano

16/12/2018 - 12:00 am

Festejando los quince en Kipatla

¿A quién no se le estrujó el corazón al ver aquel video que se hizo viral sobre el racismo en los niños? ¿Lo recuerdan? Frente a dos muñecos, uno blanco y uno negro, varios chicos y chicas de entre cinco y once años respondían una serie de preguntas: ¿cuál es el muñeco más lindo?, ¿cuál es malo?, ¿a cuál te pareces? Hay que decir que en México no se encontraron muñecos morenos; ningún muñeco en el mercado tiene el color de la piel de la mayor parte de la población, por eso se eligió uno negro. Las respuestas revelaban el triunfo de los estereotipos, del racismo, de la discriminación. El muñeco blanco, el rubio, era para todos el “bueno”, el “lindo”, el “confiable”. El negro, todo lo contrario: generaba miedo, desconfianza, temor.

Kipatla. Foto: Especial.

1.

¿A quién no se le estrujó el corazón al ver aquel video que se hizo viral sobre el racismo en los niños? ¿Lo recuerdan? Frente a dos muñecos, uno blanco y uno negro, varios chicos y chicas de entre cinco y once años respondían una serie de preguntas: ¿cuál es el muñeco más lindo?, ¿cuál es malo?, ¿a cuál te pareces? Hay que decir que en México no se encontraron muñecos morenos; ningún muñeco en el mercado tiene el color de la piel de la mayor parte de la población, por eso se eligió uno negro. Las respuestas revelaban el triunfo de los estereotipos, del racismo, de la discriminación. El muñeco blanco, el rubio, era para todos el “bueno”, el “lindo”, el “confiable”. El negro, todo lo contrario: generaba miedo, desconfianza, temor. ¿Quién querría identificarse con él? Las niñas y niños elegidos para la prueba, casi todos morenos, elegían parecerse al “güerito”; aunque fuera en “los bracitos” o en “la oreja”.[1]

¿Hay alguien acaso a quien no se le haya estrujado el corazón al verlos?

El modelo que tomó el Consejo Nacional para prevenir la Discriminación (Conapred) para hacer el estudio,  fue el realizado por Kenneth y Mammie Clark en Estados Unidos en los años treinta, llamado “White doll. Black doll. Which one is the nice doll”. El experimento de los Clark mostró que las niñas y niños negros no se identificaban con los muñecos negros, sino que veían a su propia raza con los filtros del racismo y los estereotipos. El muñeco negro era identificado con la maldad, la fealdad, la deshonestidad. No muy diferente de lo que vemos en el video con nuestros propios niños casi ochenta años después del experimento de los Clark.

Estas percepciones –de más está decirlo- no son innatas sino aprendidas: los comentarios de los adultos, los chistes, lo transmitido por los medios, los anuncios publicitarios, y una estructura social desigual y excluyente han ido consolidando una autopercepción de la sociedad, allá y acá, fundamentalmente racista y discriminatoria.

Basta asomarse a algunas de las páginas de las Encuestas Nacionales sobre Discriminación (ENADIS) aplicadas en México, para comprobar el modo en que está arraigado este tipo de pensamiento. “…millones de personas en nuestro país –incluidos los casi 7 millones de indígenas y 450,000 afromexicanos estimados– están expuestos al maltrato, marginación y rechazo por su apariencia física, en relación a su color de piel u origen étnico”.[2]  Aunque el 64.6 por ciento de las personas se consideran a sí mismas morenas, el 54.8 por ciento reconoce que se insulta por el color de piel, y el 23% no estaría dispuesta a permitir que en su casa vivieran personas de otra raza.

Parece una obviedad decirlo, pero el primer paso para combatir la discriminación es reconocer su existencia.

¿Cómo se logra la igualdad de derechos en un país donde todavía hoy “cuatro de cada diez habitantes no rentarían una habitación a una persona trans, donde los hombres con discapacidad se emplean a una tasa tres veces más alta que las mujeres con discapacidad y donde quienes hablan una lengua indígena muestran un nivel de analfabetismo cuatro veces más alto que quienes no”?[3]

Podríamos preguntarnos cómo se vive en una sociedad que rechaza a la mayor parte de sus habitantes, o yendo más lejos: cómo se construye una democracia en una sociedad que se rechaza a sí misma.

La discriminación por origen racial, étnico, color de piel o apariencia física es una práctica cultural que puede revertirse. Así como se impuso el goce de derechos para algunos y la negación de los mismos para el resto, de la misma manera se pueden interiorizar nuevos comportamientos que conduzcan a prácticas incluyentes que respeten el ejercicio de derechos para todas las personas.

Este principio es la base de todo el trabajo que realiza el Conapred; allí está señalada la posibilidad del cambio, la posibilidad de construir un país inclusivo, libre de prejuicios, a través de propuestas programáticas o de legislación, incluyendo “mecanismos de transformación estructural y de cambio en la cultura”.

Fundada en 2003, el Conapred es ya una institución quinceañera. Durante este tiempo las gestiones comprometidas y creativas de Gilberto Rincón Gallardo, de Ricardo Bucio y de Alexandra Haas –que acaba de ser ratificada por López Obrador para un nuevo periodo en el cargo. ¡Bravo!- la han convertido, en uno de los pilares de la mejor transformación de México.

 

2.

Vuelvo al video del comienzo, a nuestra conmoción ante la dolorosa contundencia de los niños. Es ahí, con ellos, donde está nuestro reto mayor. Por eso he querido escribir para celebrar los quince años del Conapred sobre uno de los proyectos que me resulta más entrañable: Kipatla. ¿Han estado en ese pueblo?

Kipatla, palabra que recuerda al náhuatl –aunque como bien me explicó Mardonio Carballo, es un neologismo-, significaría “cambio”, y es justamente el cambio en la realidad mexicana lo que busca en cada una de sus propuestas. El subtítulo del proyecto es “Para tratarnos igual”: toda una declaración.

¿Qué es Kipatla? No es sólo el nombre de un pueblo de ficción en el que cada día se da un nuevo paso en la construcción de un mundo sin discriminación, sino sobre todo un espacio simbólico de fe en la utopía y de resistencia ante el horror. ¿Hay algo mejor, acaso, para ofrecerles a los niños que la posibilidad de la resistencia para alcanzar la utopía?

Kipatla. Foto tomada de internet:

Si el mayor obstáculo es la normalización social de las prácticas discriminatorias, sólo a través de la “desautomatización” de estos comportamientos podrá alcanzarse algún cambio. Y ésta es la apuesta de Kipatla. En cada libro se pone en escena un conflicto y se deconstruye el estigma que lo genera a través de un ejercicio que es a la vez reflexivo y afectivo. Los “otros” y “nosotros” somos diferentes en muchas cosas, pero somos iguales en los elementos más importantes que nos constituyen como seres humanos y que no son ni el color de la piel ni las preferencias sexuales ni la religión ni la posición económica ni las capacidades o discapacidades. Quizás éste sea el gran logro de Kipatla, y a la vez aquello que le da un carácter único en las luchas sostenidas por el Conapred:  apelar a lo afectivo.

En el trabajo con niñas y niños no se trata de hablar de leyes, ni siquiera de principios universales sino del territorio de los afectos como espacio constitutivo de los principios éticos que queremos que sean la base de la cultura de la no discriminación.

Cristina, la niña que habla náhuatl y cuida un armadillo, Juan Luis en su silla de ruedas, Frisco que viene de una familia con una religión diferente, o Tere que quiere estudiar “a pesar” de ser mujer, Laura que tiene dificultades auditivas, Yaro que es refugiado… son algunos de los habitantes de Kipatla.

Cada uno de los cuentos va escenificando, de manera sutil pero clara, los conflictos a los que se enfrentan los “diferentes”. Se trata de una idea original de Nuria Gómez Benet quien escribe e ilustra las doce historias de la primera serie. La segunda serie, formada por trece libros, incorpora a nuevos escritores e ilustradores.

A todos ellos se suma el “Manual de lectura de los cuentos Kipatla” pensado para los maestros  y maestras porque queda claro que, más allá de las buenas intenciones, la base para el éxito de este proyecto tiene que ser el trabajo con ellos.

El punto de partida con los educadores debe ser la conciencia profunda de que la lectura es uno de los ejercicios más radicales de la libertad. Y ése es también un principio que resulta imprescindible compartir con los chicos. El arte, la creación, y el modo en que nos acercamos a ellos deben estar regidos por la libertad, por la independencia de criterio, por la posibilidad de ejercer la crítica, de poner en cuestión aquello que vemos.

La ficción nos permite a los seres humanos conocer otros mundos, otras vidas, convertirnos en seres que viven en otro espacio o en otro tiempo, y de ese modo –y ahí el gran secreto de la literatura- conocernos mejor a nosotros mismos y a nuestra realidad. El asombro y la conmoción vienen de este ver el mundo sin haber imaginado que –como el protagonista del cuento de Borges- lo que descubriríamos al final de la lectura sería nuestro propio rostro. Nuestro rostro, cada uno de nosotros mismos, es siempre la suma de quienes nos rodean. Los otros son parte de nosotros. En última instancia, también la literatura es una celebración de la diversidad.

Las palabras tejen puentes entre el pasado, el presente y el futuro; son memoria y proyecto, identidad y sueños, pertenencia y deseo.

En este sentido lo que vale es abrir puertas menos para un ejercicio disciplinado de conocimiento de derechos que para un “desordenamiento” de certezas que al descubrirse le den lugar a los otros, los iguales y los diferentes.

De libro a serie de televisión, a podcast radiofónico, así como a versiones para personas con discapacidad visual, auditiva y también intelectual, Kipatla se ha convertido ya en una herramienta indispensable para la construcción de una cultura de la no discriminación, base de la cultura de paz e igualdad de derechos que urge contruir en nuestro país. Una cultura en que nuestros chicos sepan que no tienen que elegir entre el blanco y el negro. Nunca más “blanco O negro”, sino “blanco Y negro” más todos los colores que puedan imaginar.

Una versión de este artículo forma parte del libro Por la igualdad somos mucho más que dos.

[1] “Niños y cultura racista. Estudio realizado en México. Conapred”

https://www.youtube.com/watch?v=jcxG0H5aTO8

[2] Conapred, “Documento informativo sobre la discriminación racial en México”, p. 1 http://www.conapred.org.mx/documentos_cedoc/Dossier%20DISC-RACIAL.pdf

[3] Alexandra Haas, según datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017, en  Por la igualdad somos mucho más que dos. 15 años de lucha contra la discriminación en México, p.12.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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